Hoja parroquial

 Recuerdo una viñeta que representaba a una niña que, caminando de la mano de su padre, le preguntaba: Papá, ¿es verdad que si se matase a todos los bandidos solo queda-ría gente buena en el mundo?  Hija mía, -le responde- No, solo quedarían asesinos! Qué difícil resulta convivir con los defectos tanto propios como ajenos! 

El evangelio de hoy nos habla del trigo y la cizaña, dos plantas de la misma familia que en algunas de sus etapas de su desarrollo son físicamente similares, tanto que incluso, a la segunda, en algunos lugares se le conoce como falso trigo. Mientras el primero se cosecha desde la antigüedad y hoy día es el segundo grano más utilizado en la fabricación de alimentos para el consumo humano, la cizaña no tiene utilidad real e incluso puede resultar tóxica considerándose como un tipo de maleza. En tiempos del imperio romano estaba prohibido por ley dispersar cizaña en los sembrados, práctica utilizada entre enemigos que buscaban estropear los cultivos del contrario. Así se entiende que frente a la bondad del trigo la maldad quede simbolizada por la cizaña.

En la parábola el mismo Jesús nos da la clave de su interpretación: el campo es la metáfora del mundo; la buena semilla representa a las personas que con su modo de actuar producen frutos de buenas obras. El diablo es el enemigo que esparce el mal por medio de sus colaboradores. Claro, trigo y cizaña no pueden recibir el mismo trato; tampoco procede pretender extirpar la cizaña tan pronto como se hace visible pues existe el riesgo de arrancar con ella el trigo. En este punto la paciencia es imprescindible. Pero llegará el momento de la recolección y entonces habrá que separarlos, guardar el trigo en el granero y arrojar al fuego la cizaña.

 Mientras tanto es necesario convivir con la presencia del mal porque no es razonable dividir a la sociedad entre buenos y malos, puros e impuros, personas que merece la pena apoyar y otras que merecen ser eliminadas. Hay que poner todos los medios que están a nuestro alcance para desterrar lo malo, lo que deshumaniza, pero ni lo bueno ni lo malo se encuentra químicamente puro en la sociedad o en la persona. Por otra parte, tampoco puede pasarse por alto la dignidad de la persona que siempre ha de ser respetada. No es una condición privativa de un grupo determinado, de una ideología o de un sistema sino que se trata de un bien inherente a toda persona humana, con independencia de su origen (raza, país, religión…) o comportamiento (narcotráfico, drogadictos, identidad sexual…). Incluso en la persona que pudiera parecernos despreciable encontraremos siempre valores que necesitan ser reconocidos. Además, basta con que miremos a nuestro interior para darnos cuenta de que no somos quienes para emitir un juicio sobre nadie porque  ¿quién conoce las intenciones de los demás, las circunstancias concretas en la que se encuentra, la lucha que ha de mantenerse mientras a uno le mueve un sincero afán de superación?

Recordando la viñeta arriba citada aflora también a mi mente la frase de Mahatma Gandhi: Ojo por ojo… y ¡el mundo se quedará ciego!  y, sobre todo, la de Jesús: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.